sábado, 6 de junio de 2015

LAS CARICATURAS ME HACEN LLORAR

Tengo que enfrentar el hecho de que ya estoy viejo o por lo menos ya no me siento como un jovencito. Hoy por la mañana desperté con un recuerdo de mi abuela tarareando una canción apócrifa sobre las caricaturas y su potencial trágico. Mi abuela murió hace poco más de un año y a pesar de que no puedo decir que fue un ser humano extraordinario ahora que no está la recuerdo con mucho cariño ( probablemente más del que sentía por ella cuando aún estaba viva )  y me siento culpable de no haber procurado pasar mas tiempo con ella en los últimos años de su vida. Últimamente me vienen a la cabeza una multitud de recuerdos de mi niñez que me dejan un sabor agridulce y ambiguo; como sentir nostalgia por la descompostura de un coche, el sabor de un alimento rancio o la envoltura de plástico de unas sabritas.

Mi infancia transcurrió en un ambiente tóxico, fruto de un país que cuando yo nací ya estaba en crisis económica y moral y se aproximaba vertiginosamente al torbellino de sangre que ahora nos es tan familiar. Sin embargo, en aquella época teñida por los pronósticos desalentadores, definida por los presagios catastróficos, contaminada por el imperio de la cultura basura, también se podía ser niño y pasarla bien.





Yo crecí en los años 80 en la Ciudad de México, así que la mía no fue una niñez bucólica, transparente de estampa provinciana sino más bien de manufactura industrial con anhelos primermundistas. Una niñez de fayuca, trapper keeper, supervacaciones, reino aventura, burguer boy y danesa 33 con sus helados servidos en cascos de plástico de la NFL. Crecí con las nuevas tradiciones de la cultura de masas además de una temprana adicción a la tele auspiciada por mi timidez y nula habilidad para los deportes o la actividad física; a pesar de ello, supe lo que era "explorar" mi colonia sin supervisión adulta, andar en bicicleta, salir al parque o al camellón a jugar con los amigos que milagrosamente pude hacer alrededor de la cuadra y escuchar a mis papás decir... Sal a jugar, no te quedes todo el día metidote en la casa! En aquel entonces si como yo, eras un niño antisocial e introspectivo la opción ideal era engancharte a la tele, sin embargo, cuando yo iba a la primaria no ponían caricaturas por las mañanas, la barra infantil comenzaba hasta las 14:00 hrs. Con unas ranitas que cantaban a coro mientras se arrojaban a un estanque desde lo alto de una cascada, antes de ellas estaba el limbo de las barras de color en la pantalla, después, el imperio bicéfalo de Rogelio Moreno y el Tío Gamboín con su omnipresente saco rojo lleno de indescifrables insignias bordadas que a veces mostraba su colección de juguetes antiguos de hojalata, el sueño húmedo de cualquier geek hipster de hoy en día ( no los conozco, me los han platicado ). En el canal 5 lo vi todo: Remi, Belle y Sebastian, Thundarr el bárbaro, Jayce y los guerreros rodantes, Transformers, Superamigos, Voltron, Mazinger Z, Robotech, Fuerza G, M.A.S.K., Los cazafantasmas, G.I.Joe, los Halcones galácticos, Thundercats y un kilométrico etcétera que me hace suponer que vi absolutamente todas las caricaturas de 1984 a 1990.




Como abuelo ejemplar, por las tardes el mío, nos consentía a mi hermano y a mi comprándonos los sempiternos gansitos, pingüinos y submarinos como una especie de santa trinidad de la comida chatarra en la tiendita de enfrente. Yo no sabía quien era Willy Wonka ni que tenía una fantástica fabrica de dulces repleta de oompa loompas pero la excursión que hacíamos cada año a la planta de Marinela para mí era exactamente lo mismo. Extrañamente los gordos en el salón de clases eran la excepción, no la regla, ya sabemos a quien echar la culpa ahora. A principios de los 80 no había en México M&Ms, Milky ways, Snickers, Reeses o Butterfingers por lo que eran auténticas mercancías de lujo que sólo conseguías en pericoapa, perisur o plaza inn y si llegabas a consumirlos guardabas las envolturas o las pegabas en tu puerta cual manifiesto de adhesión al imperio. En esos tiempos...